Lago de duendes
Jesús Anaya
Óleo sobre tela
Hubo
un tiempo en que los duendes me habitaban.
Entonces, al menor descuido,
yo paría poemas que fluían
del fondo de mi entraña.
Hubo un tiempo en que en cada movimiento
caían semillas de mi cuerpo
y brotaban a mi paso
los bosques, los viñedos, los trigales.
Hubo un tiempo en que mis ojos alumbraban
los rincones oscuros de sótanos helados,
de celdas aterradas, o de largos caminos
en noches inlunadas.
Hubo un tiempo en que desde mis cabellos
refulgentes colores escapaban,
llenando de verdor las pesadillas,
y trazando utopías azuladas
Hubo un tiempo en que al abrir mis manos,
un mundo de texturas lujuriaba
y una alquimia de aromas y sabores
transmutaba cacerolas enlozadas.
Hubo un tiempo en que cada pensamiento
se hacía melodía en mi mirada
y una ronda de niños sorprendidos
tomándolos de a uno, los cantaba.
Hubo un tiempo en que los duendes me habitaban.
yo paría poemas que fluían
del fondo de mi entraña.
Hubo un tiempo en que en cada movimiento
caían semillas de mi cuerpo
y brotaban a mi paso
los bosques, los viñedos, los trigales.
Hubo un tiempo en que mis ojos alumbraban
los rincones oscuros de sótanos helados,
de celdas aterradas, o de largos caminos
en noches inlunadas.
Hubo un tiempo en que desde mis cabellos
refulgentes colores escapaban,
llenando de verdor las pesadillas,
y trazando utopías azuladas
Hubo un tiempo en que al abrir mis manos,
un mundo de texturas lujuriaba
y una alquimia de aromas y sabores
transmutaba cacerolas enlozadas.
Hubo un tiempo en que cada pensamiento
se hacía melodía en mi mirada
y una ronda de niños sorprendidos
tomándolos de a uno, los cantaba.
Hubo un tiempo en que los duendes me habitaban.
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