Mascarón manicero
Alejandro Balbontín
Caminando una mañana por Santiago
me topé contigo.
Ahí estabas.
Vacío.
Irónicamente encadenado
a las rejas del archivo nacional
de este país que todo guarda
en el seguro y tranquilo
archivo de la amnesia;
surto por olvido en el presente
y anclado con firmeza en mi pasado
de niña sesentera.
Me invitaste a sentarme en tu cubierta
y como tripulante y capitana
me llevaste a visitar mi infancia.
La atmósfera dulce del almíbar
invadió mi memoria,
y una lluvia de recuerdos confitados
refrescó mis sentidos.
“¡Maní, maní, confitao el maní!
¡Pelaíto, tostao y confitao el maní!”
Irrumpió con nitidez
el añoso pregón del manicero.
Y el silbato de buque citadino
estremeció mi mañana
anunciando una intensa travesía
por los mares profundos del pasado.
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